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CORRE LA VOZ: MARATÓN DE SEVILLA


Recapitulemos, sobre todo para aquellos que no me conocéis y no sabéis de qué va ésto. De qué se trata “Prueba con una sonrisa”.

“Tienes diecisiete años y un día, sin saber cómo ni por qué, te dicen algo que cambiará tu vida para siempre: tienes cáncer.”
En esos momentos, cuando crees que tu vida se desmorona, cuando ves que tus planes de futuro y tu vida se va al garete, tienes dos opciones:
-Opción primera, la que presumiblemente sería la más fácil. La de renegar del problema, dejarlo a un lado, no aceptarlo… la del llanto, la de la tristeza.

-Opción segunda, la que decidimos elegir: la de la actitud positiva, la de enfrentarte a todo, la de la actitud positiva… la de la SONRISA.



Nuestra actitud para sobrellevar este “palo” siempre fue encomiable (o eso nos dicen). La sonrisa por delante del llanto, la positividad por encima del negativismo, la felicidad por encima de la tristeza.
Alguna vez lo he dicho, y cada día, más que nunca, lo afirmo. GRACIAS CÁNCER, por haber aparecido. Gracias por enseñarme las lecciones más importantes que se pueden aprender en la vida.




Y después…¿qué?
Pues después me propuse ayudar a los demás con mi historia: voluntario de animación hospitalaria, compartiendo mi historia en este blog, en un post que terminó en mi primer (y único :D ) libro: “Prueba con una sonrisa”. Y cuando pensaba que ahí quedaría todo, a raíz de este último, conozco a un increíble proyecto llamado CORRE LA VOZ.

Perteneciente a la Asociación española de Adolescentes y Adultos jóvenes con cáncer (AAA), su principal objetivo es dar VOZ a las necesidades de este colectivo de personas (necesidad de plantas oncológicas especializadas, tratamientos diferenciados, etc.) a través del deporte.

5.5.1.

5 ciudades: Bilbao, Valencia, Sevilla, Barcelona y Madrid, donde corremos esas 5 maratones con un único objetivo: DAR VOZ. DAR VIDA.

Durante los días previos a estas maratones, el equipo CORRE LA VOZ se desplaza a las ciudades a realizar charlas y conferencias en institutos, facultades o ayuntamientos con el fin de acercar a los más jóvenes una realidad tan presente como es el cáncer…y mucho más.

Por ello, en este post os contaré mi experiencia en la Maratón de Sevilla.

Pues… A SEVILLA
Y pa´ allá que me fui. El día que había pasado en Bilbao por el mes de octubre junto a ellos se me había quedado demasiado corto. Nos dimos la mano: “nos vemos en Sevilla”.

Reencuentro el miércoles 21 con Alejandro, Nacho, Rafa, Cris y Jonathan, justo antes de realizar una entrevista muy peculiar para Canal Sur y… a CORRER LA VOZ.

Jueves y viernes plagados de charlas. Ver la cara de aquellos chavales lo decía todo. Conocí a Miriam y a Alicia que, junto a Cristina y a este servidor, aportaríamos nuestra experiencia y nuestra visión en cada una de ellas. ¡Y qué experiencias! Muy pronto las podréis leer por este blog…




 
 


Sábado 24:
Quedaba UN DÍA para la maratón y los nervios se hacían cada vez más y más presentes, al menos en mí. Era mi primera maratón, y un poco locura hacer todo aquello.

Todo el equipo en pie para ir a nuestro stand en la feria del corredor. Sabía que el día no podía ser como el de ayer, si no, esos 42 kilómetros los iba a acabar Rita…

Impresionante entrar en FIBES. Y si ver aquello te ponía los pelos de punta, no me quería imaginar al día siguiente a las 8:30.


Recojo mi dorsal “12615”. Alias: “CON UNA SONRISA”.
-Pero señorita, aquí falta el PRUEBA.

No les cabía, que era muy largo. Sin problema, yo lo tuneo. Le pedí a la chica que minutos antes me había dado la bolsa del corredor que lo pusiese a rotulador (mejor no ponerlo yo con mi letra).


Durante esta experiencia (y durante toda esta historia), he tenido la suerte de conocer a personas increíbles. Después de coger el dorsal, conocimos a Manuel Gatón. Ni dos segundos tardé en darme cuenta en la grandeza de aquel atleta y de su familia. Y no me refiero a que sea capaz de terminar una maratón en poco más de dos horas y media, que también. Me refiero a que gracias a iniciativas como la suya, en la que había decidido vender cada kilómetro de la carrera para su ayuda a “Rolucán” una asociación de Rota, contribuía a hacer este mundo un poquito mejor. 

O a nuestros compañeros de Stand, CARROS DE FUEGO. Durante esos 42 km empujarían a niños con diversidad funcional. Os invito a conocerlos en: http://carrosdefuego.org/

Por supuesto no podía faltar la foto de rigor con las camisetas "Prueba con una sonrisa" en colaboración con la Fundación Cris Cáncer. ¡Grandes familia!


En esa tarde de sábado estábamos muertos de cansancio, a pocas horas de comenzar esa gran maratón.

Total, que Alejandro, Nacho y yo nos fuimos a dormir una siesta que sentó mejor que comerse un cachopo de chosco después de la carrera (ya entenderéis por qué).
Volvimos a recoger el stand, antes de irnos a cenar pasta a la calle Betis… ¡Qué bonitoera Sevilla! A ver si al día siguiente decía lo mismo.

DOMINGO 25 DE FEBRERO: MARATÓN DE SEVILLA

Esta vez no me despertó el secador autopropulsado de Cristina, no. Desperté solo, a eso de las seis de la mañana. Miré el móvil, que colgaba de la lámpara mediante una bolsa de plástico, cosas que tienes que idear cuando duermes en albergues y no en un hotel de cinco estrellas. Pero… ¡benditos albergues!

Decidí levantarme, había llegado el gran día y no quería seguir más en la cama. Cogí mi vestimenta para correr y fui a uno de los baños de la planta baja a cambiarme.

Sí, ese día que tanto había estado esperando y para el que tanto había entrenado había llegado. HABÍA LLEGADO. Solo quedaba disfrutarlo.

Desayunamos antes de lo normal, pues la salida era a las ocho y media y Rafa, que haría de chófer (y de MUCHO más) tendría que hacer dos viajes para llevarnos a todos.

Muchos comían avena, frutos secos o plátanos; mientras que yo me tiré más por el croissant relleno de Nutella (en realidad era una marca blanca pero suena mejor así) y un buen tazón de ColaCao (también era una marca blanca).

Bajé a la habitación de nuevo de ese precioso hostal, donde todos se habían despertado. Sentía cierta pena por Rafa, ya desde el miércoles. Había corrido las maratones de Bilbao y de Valencia, pero un pequeño problema de salud se impediría correr en Sevilla. Qué rabia.

Pero Rafa, estaría presente en cada una de nuestras pisadas, en cada kilómetro recorrido (y nunca mejor dicho porque lo encontré en cuatro o cinco puntos del recorrido, dándonos fuerza para seguir. Qué alegría oír sus ánimos), y su dorsal y su camiseta cruzarían la línea de meta en manos de Alejandro y Nacho. ¡Qué grandes, qué EQUIPAZO!

Junto a unos cuantos compañeros fuimos a la salida. Nos bajamos de la furgoneta a unos quinientos metros. Eran las ocho menos cuarto, quedaban más de cuarenta y cinco minutos y el ambiente se comenzaba a palpar.

Nada menos que trece mil corredores nos daríamos cita en aquella avenida para perseguir un sueño. Unos ganarla, otros acabarla en el menor tiempo posible, el nuestro terminarla y seguir dando voz. Seguir dando voz a miles de adolescentes y adultos jóvenes con cáncer.


Ahí estaba la línea de salida, delante del primer cajón: “ÉLITE”. Nosotros éramos otro tipo de élite, perseguíamos otras realidades. Nos hicimos unas fotos ahí (postureo máximo), desde donde saldrían los profesionales, los capaces de hacer una maratón en poco más de dos horas, los que viven por y para correr. Máxima admiración.


Los nervios se hacían más presentes, aunque no tanto como me habría imaginado. Supongo que saber que saldría junto a mis compañeros me tranquilizaba.

Fueron llegando el resto, nos dirigimos a nuestro cajón, casi al fondo. Ricardo y Cris nos dieron los últimos ánimos y nos tiraron unas fotos. Éramos un equipo… ¡y los que faltaban en ese momento! Y toda la gente a la queríamos hacer visible. Y lo conseguimos, ¡vaya que si lo conseguimos!

Llevaba un chubasquero amarillo que me había tocado en la feria del corredor. Bueno, que Renault regalaba a quien se pasase por su stand. Hacía frío, pero los abrazos de mis compañeros y los ánimos de todos lo quitaron, al igual que mis nervios.

El tiempo pasaba rápido, que para que pasase lento ya quedarían kilómetros. Habían dado las ocho y media y la élite ya había salido. Era increíble la gente que allí había.
En esos momentos, me acordé de un texto que mi amigo (y compi escritor) Sergio (@CorazonEnCarneViva) me había enviado en la noche anterior, y que comparto con vosotros.

Más que correr la voz…
“Que más que correr la voz, lo que dais son zancadas de felicidad. Que marcáis el ritmo de corazones ajenos sin pensar más allá de sacar una sonrisa. Que de esos corredores como vosotros ya quedan pocos, que no compiten contra ningún cronómetro que sólo van de objetivo en objetivo, de personas en personas y que vosotros siempre estáis en el top de la no fama mundial. Que otros buscan fama y vosotros sois más de buscar la felicidad en otras bocas que un par de recortes en el periódico local. Que no sois de sprint final sino que más bien sois de ritmo de maratón. De luchar siempre por la felicidad de otros, de marcar tendencias en las bocas para que no paren de reír. De marcan un ritmo constante para  acabar una carrera que hace tiempo vosotros tenéis ganada. Que en la maratón de mañana no corréis solos sino que lleváis muchas almas al hombro para que cuando se os aparezca los fantasmas de la retirada os acabemos dando nosotros ese aliento que otras muchas veces vosotros nos dais a nosotros. Que corra la voz. Que corra la vida y que nunca se acaben esas ganas de seguir hasta el final. Que los relojes marcan los mejores tiempos pero los corazones como los vuestros marcan las mejores vidas. Suerte.”

@CorazónEnCarneViva


Unos quince minutos después, tras caminar hasta la línea de salida, comenzaba la maratón. Crono en marcha. A correr, a disfrutar. Aunque no había por donde hacerlo, casi nos tropezábamos.
“Cabeza, Darío” pensaba en esos momentos, así como lo hice en el resto de carrera. Era el consejo que todos me habían dado.

Tranquilidad, ritmo cómodo y a restar kilómetros.

A pocos metros estaba Rafa, en medio de esa avenida, con su anorak naranja, dándonos ánimos a todos. Y nos los dio, ¡vaya que si nos los dio!
Mientras que el resto iba un poco más adelante, yo iba junto a Nacho y Alejandro.

Kilómetro uno, bien, ya quedaban 41, 190 km. Mejor dicho, quedaban cuatro. Porque mis metas eran de cinco kilómetros. Poco a poco, con calma.

“No te saltes ni un solo avituallamiento, Darío”, fue otro de los consejos más escuchados. “Bebe sorbitos de agua, y mucha agua hasta el día de la carrera”, me dijo siempre Cali. Y qué razón tenía. Por supuesto, eso hice. Cogí un botellín y tiré con el que había salido. Sorbitos cortos, esquivando botellines y vasos tirados por el suelo.

Llego al kilómetro cinco, junto a un personaje disfrazado de vikingo. No lo vi más, pero apuesto a que no llegaría así al final. ¡Qué calor! Por supuesto, a pocos metros de la salida, había tirado mi chubasquero a un lado.

Miro atrás, tras conseguir mi primera meta y ya no veo a Nacho y Alejandro. Llevaban dos maratones y yo iba más rápido que ellos. “Darío, afloja, queda mucho”, pensé. Y eso hice. Mi siguiente meta eran los diez kilómetros.

El reloj no me importaba, las señales de los kilómetros pasaban relativamente rápido.


“Venga chavales, solo quedan seis veces esto”, escuché a un corredor decir a sus compañeros. ¡Seis veces eso! Sí, pero mis objetivos iban de cinco en cinco, había que llegar al diez lo primero. Luego ya se vería.
Me encuentro a mi compañero Carlos durante esos metros, al que adelanto. También había corrido alguna maratón antes. Ay, Darío, Darío…Pero daba igual, iba cómodo, iba disfrutando.

Kilómetro ocho, quedaban treinta y cuatro. El público nos hacía sentir como unos héroes, como alguien importante, como los putos amos. Seguía respetando todos y cada uno de los avituallamientos, mientras iba grabando con mi móvil pequeños trozos del recorrido. Eso tenía que quedar inmortalizado.

Una de las cosas que había hecho antes de ponerme los calcetines y la camiseta había sido echarme  vaselina en mis pies, zonas en las que podía rozar el pantalón y en mis pezones. Sí, no es la primera vez que tengo que parar de correr por el roce que provoca.
¡Vamos! Primer diez mil completado, solo quedarían otros tres y pico. Me sentía el puto amo, parecía todo tan fácil… Taaaan fácil…


Cada vez tengo más claro que la actitud es la parte más importante de cada una de nuestras acciones. La actitud, las ganas, la ilusión mueve montañas. Y si no de qué iba a estar yo en la capital andaluza haciendo eso. Soy de los que piensan, y lo he dicho en muchas ocasiones, que el deporte es el reflejo de la vida, siendo ambos ejemplos de superación. Podrás caerte una y mil veces, pero lo que importa es la forma como te levantes. 

En el kilómetro once mi cabeza intenta jugarme una mala pasada. O tal vez mis rodillas, o mis pies. El caso es que estas empezaron a doler, tal y como había sucedido en semanas anteriores. “Mierda, empezamos bien, ni un cuarto de maratón…” y ya pasaba esto. Pasaba de vez en cuando y volvía cuando le salía en gana. Y aunque me había untado en vaselina, también parecía que el calcetín me rozaba. Nada, cosas mías. Me olvidé. Vamos a por los quince km.
Seguían pasando más o menos rápidos.

“Vasos de agua aquí, Aquarius más adelante” decían en cada avituallamiento, mientras me daba por contestar en cada uno de ellos: “¿Gyntonic no tenéis?” “Eso al final, hombre”. Nos reíamos, que para sufrir ya quedaría tiempo…

Disfrutaba, iba cómodo, y el tercer objetivo se acercaba, llegaba. No sé quién animaba más, si el público a mí o yo al público. Así acabé de tanto hablar y pegar voces, me cago en la…
Todo correcto, creo que me había encontrado a Rafa por segunda vez en esos kilómetros, no recuerdo exactamente cuándo. También a Rosalía y a Loli. Sus ánimos valían oro, era como si en esos momentos no estuvieses corriendo. Ellos corrían por mí.

Siguiente meta completada, kilómetro veinte. A solo mil metros de la media maratón. Llegué a ella muy cómodo, de hecho hasta hice un directo en Facebook. Pobre iluso…

“Venga va, Darío, solo queda la mitad” Y qué mitad…
Seguía disfrutando, seguía restando kilómetros. Y se me vino a la cabeza una frase de Nacho del día anterior. “Lo que más jode es ver a otros corredores por otras calles y a ti todavía te quedan kilómetros para alcanzarlos”. Eso fue lo que vi, después de subir un pequeño repecho y antes de girar a la izquierda vi como por otra calle enfrente de mi hacia la derecha iba gente corriendo. ¿Y yo a la izquierda? Serán unos metros… pero no, eran más que unos metros. Eran kilómetros… ¡Esperadme, cabrones!

Las piernas ahí empezaron a pesar más y más, y todavía quedaban más de quince kilómetros.
“Venga, voy a caminar unos metros”. Y caminé no más de veinte metros. Seguí trotando.
La gente seguía animando mucho, a veces yo más a ellos. Me vine muy arriba en algún momento, para qué engañarnos. Mientras ellos aplaudían tímidamente yo me desgañitaba con un “VAMOS, VAMOS, VAMOS, CORRE LA VOZ, PRUEBA CON UNA SONRISA”.


Muchos niños esperaban entusiasmados a que algún corredor les chocara la mano. Jesús España o Marta Esteban no podrían permitirse el lujo de hacerlo, pero yo sí. El dorsal 12615 chocaba las manos a todo el mundo, y más si eran niños. Incluso a un bebé de apenas un año que esperaba a pie de acera con su papá a que pasásemos.

Quizás esto sumado a que iba grabando muchos trozos con el móvil me hizo llegar tan mal a la recta final. Demasiadas emociones en los primeros veinte kilómetros aunque a un ritmo muy cómodo, me harían penar en los últimos kilómetros.

Nunca fui partidario de llevar geles ni nada por el estilo (uno de Tineo con geles… o sacan uno sabor chosco o nada), pero sí que lo haré para las próximas carreras de larga distancia; habiéndolos probado anteriormente, claro. Compré unos orejones y una barrita energética. Cuando me puse a morder el primer orejón, lo tuve que tirar a la mitad de la carretera, era imposible morder aquello. Total, que fui dosificando una barrita energética hasta que por fin me encontré con trozos de plátano en los avituallamientos.

Poco a poco, llego a mi siguiente objetivo, los treinta. Y es aquí señoras y señores, cuando empieza el verdadero sufrimiento. Quedaban por delante catorce kilómetros y cada paso que daba una célula de mis piernas pasaba a convertirse en plomo. ¡EL MURO NO ERA UNA LEYENDA, HABÍA LLEGADO!


“Venga, catorce kilómetros es lo mismo que ir de Ese de Calleras a Navelgas y volver, pero sin cuestas, no es nada”, pensaba el iluso Darío poco después de cruzar la colchoneta. Fue la segunda vez hasta entonces que miré el tiempo, señalado en un gran cartel luminoso de color rojo: “3:07:45”. El ritmo no era malo, unos diez kilómetros la hora. Hice ese primer viaje “a Navelgas” de la forma en que mejor pude, caminando en algunos momentos.

Entro en el bonito parque de la Plaza de España, donde grabo el último vídeo hasta la entrada del estadio. Mucha gente, bandas de música y un entorno inigualable. Salía de ahí para coger la Avenida de Portugal cuando escucho a mis espaldas:
“No sabía yo que los de Ese de Calleras corrían tan poco”, era Alejandro, el coordinador del proyecto que había dejado atrás a los pocos metros de salir, junto a Nacho. ¡Qué cabrón! Los de Ese de Calleras (os costó un poco aprender el nombre eh ;) ) la hacemos con los ojos cerrados. Y sí, sí, con ellos casi cerrados iba para no ver lo que quedaba.

Intento acompañarle un poco, pero antes de llegar a la rotonda del final de la avenida le digo que continúe, no podía seguir. Camino un poco…
“Venga chavalín, ya no se corre con las piernas, se corre con la cabeza, queda poco”, fue lo que me dijo uno de los espectadores. ¿Poco? Quedaban unos cuantos interminables kilómetros en los que mi cuerpo me pedía a gritos que parase.

En ese momento, unos cuantos seres extraños se pasean delante de mí. Parecían pequeños duendes.
-Hola, Darío. Mi nombre es abandono. ¿Quieres ser mi amigo?
-¡¡Quita, coño!!

Abandonar no era una opción (salvo causa mayor: “gangrenación” de las piernas o algo así), aunque ahora sí empecé a mirar el reloj. Creo que iban cuatro horas y pico… Empezaba a dudar si me daría tiempo para acabarla caminando…

“Olvídate, Darío, hay que correr”. Y seguí trotando, a un paso casi tan rápido como cuando caminaba pero era lo que había. De “motor” como siempre digo iba fenomenal, pulsaciones normales, respiración muy correcta pero las piernas… ¡ay las piernas! Eran plomo todas ellas, no podía levantarlas.

Otro de esos pequeños duendes se volvió a cruzar.
-Hola, Darío, soy tu límite. Me pasaba por aquí para ver qué tal…
No le di tiempo a terminar la frase, lo pisé y seguí corriendo… ¡vamos!

Aquí me vino de nuevo la frase de aquel señor que me dijo que se corría con la cabeza, y comencé a pensar, mientras buscaba un ritmo con el que poder avanzar sin tener que parar a los cuatrocientos metros.

Pensé en por qué estaba haciendo esa locura, en todo lo que había pasado para llegar hasta allí. No en lo referido a la carrera, no. En todos estos últimos cinco años. Pensé en mi hospitalización, en el día en que me dieron una noticia que cambiaría mi vida para siempre, (que fue para bien está más que claro); en todo lo que habíamos tenido que superar (mi familia, mis amigos, yo), en cómo lo hicimos y lo que supimos sacar de ello. En todo lo bonito que había venido después.

Pensé en este maravilloso proyecto, “CORRE LA VOZ”. En la pena que me dio al despedirme de mis compañeros en Bilbao el primer día y con la promesa bajo el brazo que nos veríamos en Sevilla (corriendo la maratón ni de coña en un principio), en las lágrimas de emoción de Alejandro cuando Cris, Miriam, Alicia y yo acabamos de contar nuestras experiencias en la charla de la Feria de la Maratón. Pensé en ellas, claro. En las ganas, la energía, el optimismo que todas y cada una de ellas transmitían, en las lecciones de vida que experiencias como las nuestras daban; también en las risas que pasamos esos días. Pensé en las caras de los chavales que escuchaban anonadados nuestras charlas, nuestros testimonios, nuestro proyecto. Para muchos éramos héroes. No sé si tanto, pero lo que hasta ese momento CORRE LA VOZ había conseguido era digno de admirar.

Pensé también en Rafa, en Nacho, en Nacho, en Jonathan y en toda la gente que hacía posible de ese proyecto una realidad.

También pensé en Aleida, una chica de quince años que conocí pocos días atrás en animación hospitalaria. Tenía cáncer y, por todo lo anterior, pero sobre todo, por ella, iba a seguir corriendo. Iba a completar esta maratón.

Y porque a cabezón no me gana nadie, también.


Ya había avanzado unos cuantos metros, cuando de repente me encuentro corriendo los últimos kilómetros por el centro de Sevilla.
La verdad que pocos recuerdos tengo, y eso que estoy escribiendo esto dos días después. Más que con la cabeza, corría con el corazón.

“Media horita, señores. Media horita y es vuestra”. Iban cuatro horas y veintidós minutos. Quise hacer caso a aquel señor y olvidarme de los kilómetros. “Venga, para en punto (dejando ocho minutos de holgura), acabo”, pensé.

Fueron cincuenta minutos más, los más largos de mi vida. El tiempo avanzaba pero mis zancadas no. Cruzaba la Avenida de la Constitución, entre los raíles del tranvía. El público se echaba encima y te empujaba a seguir. Te volvían a hacer sentir como un DIOS. Un dios que no podía con sus piernas.
Restaba metros, mientras veía en las terrazas a mucha gente sentada, ¡qué envidia! Tenía sed, necesitaba otro avituallamiento rápidamente. Deseché la idea de darle un trago a aquella caña fresquita que tenía un señor en la mesa…

La verdad que no recuerdo mucho más de esos últimos kilómetros, solo recuerdo que alguien me llama a mis espaldas: “Corre La Voz, ¡vamos!” Era Carlos, compañero de equipo al que había conocido días atrás. Curiosamente, aunque era de Madrid y no lo había visto en mi vida, tenía familia en un pueblo muy cercano al mío, en Naraval.

Iba caminando de nuevo y comencé a trotar junto a él, cogí un ritmo “cómodo” (aunque lo más cómodo hubiese sido parar) y le seguí. A pocos metros del estadio caminamos otro poco, no nos podíamos permitir ir fundidos en los últimos metros. Ahí sí que había que correr.
Ambos gemelos, a la vez, hicieron el amago de subirse. “No, ahora no, cabrones. Ya queda poco, ¡aguantad!”, y tras cojear unos metros aguantaron en su sitio, de puro milagro.

Y, por fin, comienzo a bajar hacia la pista, esa bajada con la que tantas veces había soñado. Mucha gente alrededor de ella, también estaba Rosalía y Loli, compañeras de la AAA.  La bajada era bastante larga, con un pequeño descanso en la mitad de la misma. Me acordé de Cali, cuando me decía que ahí no iba a sentir las piernas. Así fue, no las sentía. Más que nunca, corría con el corazón.
Pero por fin entré, mientras un nudo encogió mi estómago. Pude ver la pista que rodea al césped, las gradas, el ESTADIO DE LA CARTUJA, la meta al otro lado. Vi el cartel de los 42, a muy pocos metros. Pero todavía quedaban ciento ochenta metros.

Estaba hecho y, de nuevo, pensé en el porqué de todo aquello. Y, sobre todo, en el por quién. Móvil en mano, volvía a grabar. Aunque sabía que las mejores imágenes y las mejores sensaciones se quedarían, para siempre, en mi cabeza, me gustaba compartir uno de los momentos más felices de mi vida con vosotros.

Tomamos la curva. Quedaban poco más de cien metros, pisamos el tapete azul. El tapete que tres horas antes habían pisado Jesús España o Manuel Gatón. Pero nosotros éramos los verdaderos campeones, CORRE LA VOZ había ganado, una vez más. La meta se acercaba, mientras Rafa, a mi derecha, volvía a estar apoyando y aplaudiendo esa llegada. Gracias, amigo.

De repente, aún sin saber si de verdad lo estaba escuchando o  eran imaginaciones mías, escucho mi nombre por megafonía, mientras nos acercamos cada vez más y más a la gloria. Sí, la puta GLORIA.

“Ahí tenemos a Darío, a una persona, que ha luchado contra una maratón en su vida. A punto de terminar su primera maratón aquí, el asturiano. Darío, grande”.

Estoy a punto de cruzar, mientras a mi derecha de nuevo Sheila, María Angeles y Almudena aplauden como nunca.

“Termina su primera maratón y, además, has VENCIDO A LA VIDA, gracias Darío”.

Y, por fin, junto a mi compañero Carlos, tras cinco horas y nueve minutos corriendo, cruzo la línea. Esa que tan solo cinco meses atrás me había propuesto cruzar. Esa para la que había estado entrenando todo ese tiempo.
Pude ver como Nacho se arrodillaba a pocos metros ante mí, Alejandro me señalaba con una gran sonrisa en su cara y todos los allí presentes me miraban. Nunca quise ser el protagonista en ninguna situación, ni llamar la atención por nada. Pero en aquellos momentos me temo que fue inevitable. Ellos le habían dado la noticia al organizador y al speaker, que seguía alabándome.
“Nos llega desde Asturias. Ahí está, abrazando a sus compañeros. Darío, tuvo un grave problema de salud  que lo ha superado y con tan solo veintidós años ha superado su primera maratón”.
Sí, había llegado a la meta, había superado esa barrera, otra más. Uno de los organizadores había ido a por una medalla para mí (gracias infinitas) y me la puso. NOS LA PUSO. El speaker me cogió, no podía ni mantenerme en pie, apenas sentía las piernas.

Todo lo que pude decir se quedó corto, bastante hacía con respirar. Eso sí, la mención al chosco y al cachopo quedó presente en aquel estadio olímpico. ¡Home va!
“Ojalá una cama aquí, ahora” pensaba, aunque con no tener la obligación de trotar era suficiente. Fuimos saliendo de la pista, mientras algunos corredores nos felicitaban. No terminaba de creérmelo.

Hacía justamente cinco años, dos meses y cinco días del que había sido uno de los días más felices, no solo del proceso oncológico, sino de mi vida. El día en el que el Sr. Julio Gutiérrez se puso frente a mí y me dijo: “Darío, no hay rastro de tumor cerebral, estás totalmente recuperado”. Creo que ni cinco segundos tardé en preguntarle si podría volver a hacer deporte pronto, a correr. “Hoy mismo si quieres, claro”.
Aquel día no veía la hora de llegar a casa, separada del hospital de Oviedo por más de cien kilómetros. “Apura mamá, que hoy salgo a correr”.
Era invierno, hacía un frío que pelaba y era muy de noche. Pero daba igual, ¡qué miedo iba a tener aquel día! Lo que quería aquel lunes era volar, sentir, más fuerte que nunca, el aire en la cara. Lo conseguí, lo conseguimos.
Y por aquella experiencia y por ser la VOZ de tantos adolescentes y adultos jóvenes con cáncer, CORRO. CORREMOS.
Hago la perceptiva foto “finisher” mordiendo la medalla, con la cara llena de sales fruto del agotamiento.



Salimos poco a poco de allí, subiendo alguna pequeña cuesta, y sobre todo, comiendo y bebiendo. Cogí un plátano y la bolsa con agua y una manzana. El plátano se quedó corto, mordí como pude la manzana (ya sabéis, los braquets…) y bebí agua, mucha agua.


Llamé a mi padre.

-Ya acabé- casi no podía ni sujetar el móvil.
-¿Cómo que acabaste? ¿Corrístela entera?
-Home, claro. Sus 42,180 km.


No daba crédito. Yo, por momentos, tampoco.


CONTINUARÁ…. Esto es solo el principio.

Os dejo el vídeo-resumen de esta experiencia.
¡Muchas gracias!

@aaaCorrelavoz
@PruebaConUnaSonrisa



Darío Rodríguez Mayo.




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